Post publicado en el Blog “Ciencias mixtas” de Javier Yanes,
del periódico “20 minutos” el pasado 16 de enero de 2015.
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La cara más fea
de los trenes de alta velocidad está en el morro de la locomotora, donde a los
insectos típicos en cualquier parabrisas suele sumarse el cadáver de algún
pájaro, despachurrado sobre un borrón de sangre. Y eso que se nos ahorra la visión de los que quedaron
pulverizados en las vías. Es una más de las trampas letales que nuestra
tecnología tiende a los dinosaurios actuales, como los cables eléctricos, las
aspas eólicas, las mamparas de cristal o las fachadas de espejo.
En lo que se
refiere a los vehículos, la visión de animales atropellados es algo tristemente
frecuente, sobre todo pájaros o gatos. Quienes tiramos a vivir en el campo
encontramos también ardillas, erizos, serpientes, conejos, sapos o incluso algún
zorro. Mi compañero César-Javier Palacios ha abordado el asunto varias veces en
su blog La crónica verde, aportando el dato
escalofriante de que cada año diez millones de vertebrados mueren arrollados en
las carreteras españolas. Es especialmente dramático el caso de
los linces, que caen bajo las ruedas de coches o trenes a razón de uno al
mes, o más. César-Javier recomienda levantar el pie del acelerador.
Si se respetaran los límites de velocidad, se evitaría el sufrimiento de muchos
animales, incluyendo a los humanos.
Con todo,
incluso los conductores prudentes y sensibilizados pueden verse sorprendidos
por un animal que se arroja bajo las ruedas superando nuestra capacidad de
reacción, o que queda deslumbrado por los faros y escoge la opción equivocada. En
general, es un juego de tiempos de reacción: el del animal para esquivar
nuestra acometida y el nuestro para frenar o desviar la trayectoria del coche.
Con el nuestro podemos estar más o menos familiarizados, pero no así con el del
animal.
Esta última
cuestión es la que ha tratado de responder un equipo de investigadores del
Departamento de Agricultura de EE. UU. (USDA) y de las Universidades de Indiana
y Purdue. Los científicos, encabezados por el biólogo y ecólogo del USDA Travis DeVault, han analizado los
comportamientos y los tiempos de alerta y huida ante la aproximación de un
vehículo virtual en una especie de
pájaro común y abundante en Norteamérica, el tordo
cabecicafé o negro (Molothrus ater).
Según escriben
los investigadores en su estudio, publicado este mes en la revista Proceedings of the Royal
Society B (PRSB), “los animales parecen reaccionar a la
aproximación de automóviles, aviones y otras amenazas no biológicas de una manera
cualitativamente similar a cuando se trata de predadores”. “Durante estos
encuentros, los animales usan alguna variación de su repertorio antipredador,
posiblemente porque la novedad evolutiva de los vehículos modernos impide
respuestas más especializadas”. DeVault y sus colaboradores explican que esta
falta de adaptación lleva a respuestas erróneas, como los ciervos que se quedan
paralizados o las tortugas que se limitan a esconderse en su caparazón.
Para realizar
su experimento, los autores presentaron a los tordos filmaciones silenciosas
de una camioneta pick-up acercándose a ellos a distintas velocidades
entre 60 y 360 kilómetros/hora, siempre desde una distancia inicial de 1,25
kilómetros en línea recta y en un escenario experimental cuidadosamente diseñado
y controlado. De este modo, midieron las respuestas de alerta y de huida de los
pájaros.
La conclusión
principal del estudio es que el estímulo para la reacción de estas aves no es
la velocidad del vehículo, sino la distancia a él: con independencia de la velocidad, los pájaros
adoptaban la postura de alerta cuando la camioneta se acercaba hasta los 43
metros, y emprendían el vuelo a los 28 metros. Lógicamente, a una velocidad
menor el animal tiene más tiempo para escapar. Los científicos descubrieron que
por encima de 120 km/h los pájaros no podían huir con la suficiente rapidez
para evitar el atropello. La razón es que su tiempo de reacción para echar a
volar es de 0,8 segundos, medido experimentalmente. Una sencilla cuenta revela
que, a velocidades superiores a 120, el vehículo tarda menos de este intervalo
en recorrer los 28 metros. En concreto, un tren de alta velocidad circulando a
300 km/h cubre esa distancia en 0,336 segundos, por lo que la maniobra del
tordo no consigue evitar la colisión.
Es más: según
los autores, a velocidades superiores a 180 km/h las reglas de respuesta de
los pájaros se rompen por completo y sus estrategias de huida se vuelven
erráticas. “Nuestro estudio es el primero en proporcionar pruebas directas
de que las reglas de comportamiento de huida utilizadas por los pájaros se
quedan cortas con vehículos a altas velocidades”, escriben los investigadores,
añadiendo que “la regla de distancia usada por los tordos es generalmente
ineficaz para evitar vehículos a altas velocidades”.
Finalmente,
DeVault y sus colaboradores proponen medidas para compensar esta indefensión de
los pájaros ante los vehículos, como incorporar luces pulsantes en los aviones
que aterrizan o despegan para ahuyentar a las aves, o reducir los límites de velocidad
en las carreteras que atraviesan zonas de especial importancia ecológica.
Respecto a esto último, siempre habrá quien objete que de poco sirven los
límites de velocidad si no se respetan, como ocurre tan frecuentemente en este
país. Y sin embargo, parece que los pájaros son capaces de ajustar sus
comportamientos de huida en función de la normativa de circulación. Sí, ha
leído bien.
Aquí, la
explicación. El trabajo de DeVault cita un estudio previo que descubría un
hecho absolutamente insólito: en 2013, los investigadores canadienses Pierre
Legagneux y Simon Ducatez examinaron las distancias de inicio de vuelo, es
decir, la separación del vehículo a la cual las aves emprenden la huida, en
carreteras con distintos límites de velocidad. El estudio, publicado también en PRSB,
revelaba que, atención, los pájaros reaccionaban a mayor distancia del
vehículo cuando el límite de velocidad de la vía era mayor, con independencia
de la velocidad real a la que circulara el automóvil en cuestión. En otras
palabras: los pájaros sabían cuál era el límite de velocidad de la
carretera y entendían que, si este era mayor, debían emprender la huida a
distancias más prudentes (el estudio de DeVault no detecta este efecto porque
su carretera virtual es siempre la misma).
Increíble, pero
cierto. Según Legagneux y Ducatez, sus resultados “sugieren poderosamente que
los pájaros son capaces de asociar secciones de la carretera con límites de
velocidad como manera de valorar el riesgo de colisión”. Los autores razonan
que los animales quizá puedan apreciar la diferencia entre un entorno urbano,
donde el límite de velocidad es menor, y las áreas rurales. Pero ¿qué ocurre en
carreteras de campo donde la velocidad permitida puede variar entre 80 y 110
km/h? El paisaje es similar, y sin embargo los pájaros escapan antes cuando el
límite de velocidad es mayor. Los investigadores repasan distintas hipótesis
alternativas, pero todas ellas podrían resumirse en un factor común: aprendizaje.
¿He mencionado ya aquí que las aves se cuentan entre los seres más inteligentes de la
naturaleza?
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